miércoles, 19 de junio de 2013

Era de esperar. La cena se produjo y (para qué malgastar fuerzas tratando de mentirme aquí también) me dio alas. Cómo no iba a hacerlo si sentí tu pulso acelerado en la garganta con las yemas de mis dedos. Mis dedos, los mismos que ansiaban recorrer cada centímetro de tu piel. 

Pero no lo hicieron. Mis manos se quedaron paseando por tu cara, tu cuello, tu nuca, tu pelo, tu barba, tu nariz. Casi tu boca. Tus ojos cerrados. Mirarte sin verte me llenó de PAZ. Tu cabeza en mi regazo, acurrucado como un niño indefenso. Egoísta (gracias por serlo) no pudiendo o no queriendo apartarte de mi lado.

Ya, lo sé, que se trata de olvidarte y no estoy remando con muchas ganas hacia esa dirección. Quiero pensar, sin embargo, que si algún día lejano y ahora quimérico en el que ya no te quiera leo estas líneas, sonreiré y pensaré que incluso con esa cena estaba contribuyendo al propósito final. Que eran pasos necesarios para completar un plan que quizá entonces ya haya entendido. Para cerrar un círculo que ojalá entonces ya se haya cerrado.



Mientras, no me flagelaré por mis resbalones.

No dejaré de creer que los milagros existen (no puedo, es que no puedo...). 

No me forzaré a dejar de quererte, porque tengo mucho más amor que fuerza, y fuerza tengo bastante.

Viviré como pueda, seré feliz cuando quiera.

Y te seguiré queriendo tanto como el tiempo y el olvido me dejen.

... Como una espina que acaricio...

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