lunes, 17 de junio de 2013

Hoy no estoy colaborando mucho con el propósito de este cuaderno, osease, olvidarte. Esta mañana prefiero aferrarme a un sueño ñoño y estúpido que, obviamente, se ha desvanecido al abrir los ojos. A eso y a una idea kamikaze que me ronda la cabeza sin descanso: voy a invitarte a cenar. A mi casa. Los dos solos. Por la noche, que es cuando se suele cenar, claro. Y no pasará nada, lo sé (¿lo sé), aunque en el fondo espero que algo cambie, el universo se detenga, y todo lo que mi corazón anhela se cumpla, como en un previsiblemente perfecto final de Disney. 

Hoy gana la Rachel cursi. Hoy gana el amor que resiste como un jabato, contra viento y marea, que se hace fuerte con cada decepción. Ese amor tenaz (Algo-aquí-dentro-insiste) que tiene que morir y lo sabe, pero que cada día prefiere encontrar una excusa para postergar el final y seguir viviendo... un poco más. 

No parece muy alentador que el segundo día que escribo aquí lo único que me salga sea eso, amor. Pero no hay tiempo para fustigaciones. Los errores están para cometerlos y aprender de ellos (que socorrida frase para cuando estás a puntito de cagarla, ¿eh?).

Espero que el de esta noche sea enorme, colosal y maravilloso, aunque también espero que no exista, que no le demos más razones a este testarudo amor para seguir latiendo. Que lo dejemos morir en paz.

... Somos barcos varados...



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