No tengo cinco años ni he perdido la cabeza (creo), aunque la primera página de este cuaderno sugiera lo contrario.
Sólo es que me has dejado OTRA VEZ y no sé qué hacer para sacarte de aquí dentro (mano en el pecho) donde dueles tanto...
Así que aquí estoy, escribiendo con tu boli y nuestros recuerdos, esperando que de nuevo las palabras sean mi catarsis. Escribir siempre fue mi arma (No-es-que-sea-mi-trabajo-es-que-es-mi-idioma) y también mi escudo. Espero equivocarme al pensar que esta vez las armas habituales no bastarán. Porque te has atrincherado, pegado, clavado, acoplado, fundido, soldado, atornillado a mí y a todo cuanto creo ser.
Pero pasará, eso también lo sé. Deseo que las 120 páginas de está libreta (ni de coña) y la tinta a la mitad de tu boli sean suficientes.Que cuando se agoten pueda pintar en la última página un FIN de colores y en mi cara una sonrisa.
Aquí seré yo misma. Porque un papel en blanco escrito en la soledad de cualquier parte no juzga ni levanta cejas acusadoras advirtiendo catastróficas repercusiones a actos humanos. Habrá muchos de esos, recaídas, supongo. Días de ironía y días de llanto inconsolable. Días de miedo a no sentir nada. Días de miedo al sentirlo todo. Pero 120 hojas bastarán, al menos, para sanar heridas y dibujar horizontes más esperanzadores.
Porque si, al final, algo no sale bien es que no es el final.
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